viernes 13 de agosto de 2010
Entrevista a Rafael Hidalgo: A propósito de Estación 32
Por: Niko Velita
En la década del 90, se fundó Estación 32, grupo poético en el que participaste. ¿Qué significa el nombre Estación 32? ¿Cómo fue su gestación? ¿Quiénes lo conformaron?
A finales de los años 80, ingresamos a la universidad un grupo de jóvenes con diversas inquietudes: artísticas, ideológicas o políticas, y también de cuestionamiento ante un sistema devastador. Nos mandaron a un saloncito en maestranza, que nos mataba de calor y de tierra. Así que tomamos por asalto el baño de la facultad. Hicimos nuestro salón ahí. Imagínate: preferimos el baño que estar en la otra aula; y de ese baño, salió tres grupos: Víctor Mazzi, Faz de Evas y Estación 32.
Recordemos que vivíamos una época muy intensa socialmente y la universidad era el reflejo de esa realidad. Entonces, en cierta forma, el proceso de creación tuvo un germen muy propicio para que se manifestara en sus distintas formas. Unos decidieron hacer poesía, otros hacer relatos o cuentos, también hubo quienes optaron por expresiones plásticas y otros que fueron mucho más allá del proceso creativo. Algunos teníamos algo en común y ese era el interés por la literatura, pero no había realmente una presencia literaria importante en la universidad, así que decidimos difundirla y crearla. Surgió la idea de hacer un recital de poesía (Fue el primer recital interuniversitario de los 90), y además, invitar a narradores y poetas (Fueron más de 50 los que nos visitaron). Para estas dos actividades, había la necesidad de una organización conjunta. Es así que nos reunimos un grupo de amigos: José Aguirre, Jesús Buitrón y yo creamos Estación 32 para darle mayor oficialidad a las invitaciones que íbamos a realizar. Luego se sumó otros integrantes como Enrique Palma, Miguel Velásquez, Fernando Rado, Víctor Zavala, July Tinoco, Jorge Quinto, Martín Taboada, Giovanna Ibarra; poetas de otras universidades como Ángel Berdejo, José Gal’lino, Nelson Regalado, entre otros. Una mención aparte es que consideramos como un integrante muy especial a Chacho Martínez, quien se identificó mucho con lo que hacíamos y se decía un miembro más del grupo.
Ahora, el nombre surgió casi accidentalmente cuando hacíamos un taller de poesía en mi casa. Frente a ella había una pared enorme que decía: “POHIBIDO ESTACIONARSE”. Era la época de los coches bomba y frente a mi casa había un laboratorio alemán. Así que, cuando salíamos del taller por la puerta pequeña del garaje, había que agacharse y, al levantar la cabeza, nos encontrábamos con una visión frente a nosotros: leíamos solo “ESTACION”. Esa palabra se nos quedó fijada a todos. Lo demás cayó por su propio peso. Encontramos una relación a ello con la estación ferroviaria de Chosica y la altura aproximada en la que se ubica La Cantuta, el km 32, que se convertiría en el centro de nuestras operaciones.
Dices que “vivíamos una época muy intensa socialmente”. Te refieres a la guerra interna. ¿Cómo influye este aspecto en la producción de ustedes y en los recitales? Eran épocas en que ser de La Cantuta equivalía a ser sospechoso por subversión.
Efectivamente fue una época muy “explosiva” en todo el sentido de la palabra y lo teníamos frente a nosotros. Tal vez eso intensificó nuestro proceso creativo. Creó una nueva sensibilidad y conciencia social en cada uno de nosotros. Ahora, claro, ser de La Cantuta era una complicación muy grande, pero también una gran responsabilidad. Cuando íbamos a algunas universidades particulares, sentíamos que se nos veía de ese modo, pero ahí estuvimos. Aunque también sirvió para desterrar esa idea, ya que se dieron cuenta que en La Cantuta había poesía y merecía considerarse. En cierta forma, iniciamos el camino que la universidad no había tenido: tomarse como un lugar donde había procesos creativos importantes. Leímos en todas las universidades y en cuanto recital se organizaba. Siempre nos invitaban. Y decidimos invitar a los otros grupos que había en La Cantuta. Servimos de nexo para otros poetas, por ejemplo Raúl Jurado, hoy profesor de la universidad, también hizo varias lecturas con nosotros, entre otros.
Como anécdota, recuerdo una lectura en San Marcos. Mientras se hacía un recital, afuera explotaron petardos. Sentimos que el ser de La Cantuta nos podía traer complicaciones, dado que los soldados empezaron a rodear la universidad. Entonces, salimos por la parte posterior con el carné universitario entre las medias. Los otros poetas se quedaron dentro. Ellos tal vez no tenían nada que perder. Nosotros creíamos que, si nos quedábamos, perdíamos.
Eran épocas de plaquetas y recitales. Ustedes no llegaron a publicar libros. ¿Por qué?
Es verdad, eran épocas de publicaciones cortas, mucho más factibles para poder difundirlas dentro de la universidad. Hacíamos plaquetas para financiar los recitales poéticos o la llegada de los invitados. En realidad, nuestras aspiraciones eran inmediatas, por ejemplo, organizar eventos y difundirlos. Nuestras necesidades también eran inmediatas. Se vivían tiempos muy duros. No había lugar para las pretensiones personales. No pensábamos en posteridad. No había esa necesidad -válida, por cierto- que tienen algunos de inmortalizarse o publicitarse. Lo nuestro no iba por ese camino. Quizás también podría interpretarse que estábamos en un hallazgo y que seguramente no nos encontrábamos. En esa búsqueda nos perdimos más (risas). Luego cada uno acabó lo suyo y nos fuimos alejando. Es la vida, ¿no? Las preocupaciones personales fueron haciéndose otras. En la actualidad, he visto la universidad, con una gran alegría, que hay muchas publicaciones y también grupos. Eso me parece fenomenal. Bacán que haya ese tipo de cosas.
¿Cuál fue la relación de Estación 32 con Neón y Noble Caterva?
Fue una relación muy amical. En cierta forma los habíamos reunido por primera vez en un recital que denominamos Tres Horas de Poesía. Imagínate, debe sonar muy aburrido; pero fue extraordinario, con auditorio lleno, en abril, por el mes de las letras. Luego, ellos nos invitaron a sus universidades. Se armó la cadena de recitales, tanto en las nacionales como en las particulares. Ahí sucedieron hechos anecdóticos. El ser de La Cantuta, en esos tiempos tenía una connotación muy pesada que se cargaba, y la llevamos y enfrentamos sin ningún temor. Hoy en día con Neón y Noble Caterva seguimos en un contacto estrecho y muy fraternal.
Después de casi 20 años hay un relanzamiento de Estación 32. ¿Qué les motivó a hacerlo?
No me atrevería a llamarlo relanzamiento. No lo veo así particularmente. Solo que se han generado algunas condiciones que nos han vuelto a juntar: trabajar en el mismo medio, en cierta forma te vuelve a reunir y ello ha sucedido; también la pérdida de algunos amigos muy queridos como Chacho Martínez y Pepe Gal’lino, que ya no están más. Estos sucesos nos ha hecho mirar nuevamente atrás y una forma de recordarlos es seguir creando poesía o lo que fuese.
Estamos en otro contexto, por ejemplo, ahora están haciendo uso del blog.
Definitivamente el uso de la tecnología, como internet, nos permite algo muy importante para nosotros como para cualquiera: poder comunicarnos, saber qué estamos haciendo, ya que algunos integrantes están fuera del país. Entonces, se nos ocurrió la idea de hacer el blog y poner nuestros textos, sin mayor pretensión que difundir lo que hacemos para quien quiera verlas: ahí están.
Tengo entendido que van a publicar.
Siempre se nos reclamó eso, que no habíamos publicado nada. Ello es una verdad a medias. Vuelvo un poco a la primera pregunta. Te decía que surgimos por necesidad de hacer más vida literaria en La Cantuta (organizar charlas, recitales, conferencias, presentar cine, etc. que no había en la universidad). Nuestros orígenes se remontan a eso, muy modesto, porque creemos que el trabajo poético es personal y no grupal. Por esa razón publicamos lo que en ese tiempo estuvo a nuestro alcance. Hicimos plaquetas personales para autofinanciarnos. Ahora, a través de la web vemos nuevamente nuestros poemas y podemos compartirlos. Tal vez sea el tiempo de publicarlos y pagar “la deuda” que seguramente tenemos.
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